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Libertad sexual

 
Gabby Mi reacción más fuerte ante tu libro Men in Love se produjo cuando leí el último capítulo sobre libertad sexual. De repente empecé a llorar. Estaba sorprendida, puesto que soy asistenta social psiquiátrica con muchos años de terapia. ¿Por qué lloraba? Bueno, por una razón: estaba furiosa por haber sido virgen durante tanto tiempo. Me educaron en la represión sexual. Nací en 1936 como hija primogénita de una rígida familia protestante, y lo más importante en la casa era evitar que me «hicieran un bombo».
Se suponía además que tenía que casarme «bien» y de acuerdo con mi condición social. Aunque me enseñaron que el sexo tenía consecuencias negativas, sobre todo un embarazo no deseado, no tardé en percatarme también de que ¡mi vagina era mi poder! ¡Nadie armaba tanto jaleo por mi coeficiente de inteligencia! Ahora soy una mujer hermosa y sensual que ha luchado por sus derechos sexuales y su libertad para disfrutar lo que tanto tiempo le ha sido negado: el placer sexual. ¡Ha sido una dura lucha, pero ha valido la pena! Me recuerdo como una adolescente virgen que tenía miedo pero se moría de ganas de saber por qué se armaba tanto revuelo al respecto, y ahora, yo misma tengo tres hijos adolescentes, guapos y sensuales. Supongo que los tres son vírgenes, pero ¿quién sabe?
   
 
 
 
Libertad sexual
 
    El de dieciséis años ha tenido oportunidades, estoy segura. Estoy convencida de que los dos de catorce años lo son aún, aunque demuestran una actitud sana hacia sus jóvenes novias, y las tocan y provocan abiertamente delante de sus padres (nosotros). Probablemente porque mi marido y yo nos tocamos y mostramos nuestro afecto abiertamente delante de nuestros hijos, en contra de lo que yo observaba en mi casa cuando estaba creciendo. (También forma parte de mi lucha que mis hijos no adopten estos modelos.) En cualquier caso, siento que mis hijos son los chicos de tus páginas, con deseos y ansias similares. ¿Cómo podemos nosotros, los adultos, facilitarles las cosas? ¿Cómo puedo convencer a mis hijos de que serán lo bastante buenos, de que serán maravillosos y deseables? ¿Cómo puedo explicarles que me gustaría ayudarles de alguna manera? Que me siento incapaz de enseñarles más de lo que ya les he enseñado. Me gustaría instruirlos sobre el acto sexual. En mi fantasía les enseño a ser amantes y a disfrutar de ese aspecto de la vida, igual que les he enseñado a comer, a ir al lavabo, a contestar el teléfono, a cerrar la puerta, a construir castillos en la arena, a nadar y a mirar a la gente a los ojos cuando saludan. ¿Por qué dejamos esas cosas tan importantes al azar? Sé que mis hijos son sanos emocio-nalmente y que elegirán bien en el sexo. Este es un asunto en el que como madre tengo la puerta cerrada. Acepto que ha de ser así, para que ellos puedan dejarme y relacionarse con las mujeres convenientes de su edad. Pero en mi fantasía yo soy su profesora y los inicio en el sexo, notando lo mucho que han crecido sus penes desde que eran pequeños y asegurándoles que tienen el tamaño adecuado y ya pueden competir con papá. ¿Quién sabe, sin medirlos realmente, si quizá no le sobrepasan incluso? Yo les aseguro que tienen el tamaño adecuado y consigo que se libren de esa fijación mental en concreto. Luego —en realidad lo hacemos por turnos para que no haya rivalidad— ensayamos todo tipo de posturas. Llegan a conocer el sabor y el olor de una mujer a través del sexo oral, aunque no les interesa tanto como la penetración con el pene. Les aseguro que el sexo oral es una delicia para la mujer, aunque algunas, al principio, se muestran reacias hasta que lo prueban y les gusta.
Entonces le hago una felación al que está conmigo en ese momento. Le gusta y comprende la delicia de ser pasivo y recibir placer de otra persona. Así elimino otra fijación mental. Después intentamos el coito anal con suavidad, porque para mí es difícil, ya que de niña me pusieron muchas lavativas. Les explico que puede ser muy excitante pero que a menudo es doloroso, y que precisa de lubrificación con productos como la vaselina. Exploramos todos los lugares que no están normalmente a la vista. Les explico qué es la vulva, los labios, el clítoris, la vagina, y cuáles de estas partes tienen sensibilidad. Les enseño un vibrador y les explico cómo funciona y cómo puede utilizarse como aditamento para el placer sexual. Todo ello de una manera muy natural y liberada, y ellos lo aprenden con tanta facilidad como aprendieron las primeras letras. Les digo que, a pesar de ser su profesora, no soy su mujer. Tendrán que encontrar una por ellos mismos. Confío en que ahora les será más fácil porque saben mucho más sobre las mujeres. Podrán ayudar a la mujer (o a la chica) a ser más libre y a disfrutar. Me gustaría que todo esto se convirtiera en realidad, pero no será así porque tengo demasiado miedo a las posibles consecuencias negativas y a que la libido de mis hijos dependa de mí. Confío en que mi fantasía y el deseo de que sean libres y capaces de dejarme se transmitirá inconscientemente. También me imagino a mi marido tomando parte en esta educación, quizá follándome delante de ellos al final, para asentar su propia hombría y restablecer los límites generacionales. Sé que querría formar parte de esto, ya que es un padre muy especial. Ha sido un componente activo de su crianza, y no se ha desentendido de ellos mandándomelos a mí con un «toma, tú te encargas de educarlos» (que yo no hubiera permitido).
Quiero explicarte una experiencia real que tuve y que ilustra lo difícil que es educar sexualmente a tu hijo en la vida real. Un día me dirigía a la habitación de uno de mis hijos para recoger su cesta de ropa sucia y, cuando entré, se estaba masturbando. Rápidamente cogí la cesta y me apresuré a salir. Pero una voz dentro de mí me gritó: «No huyas, idiota, enfréntate con la situación. ¡No salgas corriendo al ver su pene!» Así que me detuve en la puerta, me di la vuelta y caminé hacia la cama donde estaba tumbado. Ya se había cubierto el cuerpo desnudo con las sábanas y parecía incómodo. Me senté a su lado y le dije (con una sonrisa y voz despreocupada): —Bueno, supongo que he entrado cuando te estabas masturbando. ¡Es muy excitante! —Los ojos se le abrieron como platos—. Quiero decir que éste es el principio de tu vida sexual. Más adelante harás otras cosas, pero por ahora, es algo muy saludable. De hecho, todo el mundo lo hace, ¡incluso papá y yo! —Pareció sorprendido por la idea. No sabía cómo proseguir. Sólo tenía trece años—. En cualquier caso, quiero que te sientas libre de hacerlo. Mastúrbarte y que disfrutes. Me gustaría que pudiéramos hablar de sexo cuando te apetezca. Entonces él me respondió:
—No me apetece. Esta respuesta me cortó las alas. —Bueno, a mí sí me gustaría, pero respetaré tu derecho a la intimidad y te dejaré solo para que puedas terminar —repliqué yo. —Bueno, he leído esto —dijo y me mostró su ejemplar de Love and Sex in Plain Language [Amor y sexo al alcance de todos] que yo ya sabía que estaba leyendo. Le pregunté si le gustaría que yo lo leyera y que habláramos de él, y contestó que sí. Luego salí de la habitación. A partir de aquel momento siguió masturbán-dose con la puerta cerrada, y yo volví a entrar sin querer mientras lo hacía, pero en realidad nunca llegamos a hablar demasiado sobre sexo. Ahora hace un año que lo descubrí masturbándose. Tras un período de distanciamiento de su padre y de mí, ha empezado a contarme que tiene mucho éxito con las chicas. También ha empezado a cerrar la puerta con llave. Se pasa horas enteras peinándose y desarrollando los músculos. Recibe montones de llamadas de teléfono, así que imagino que no tiene demasiado miedo de su sexualidad (como yo lo tenía), pero no le gusta hablar de ello... al menos no conmigo. P.D. Tengo cuarenta y cuatro años, soy blanca, mujer, casada desde hace diecinueve años con el mismo hombre, y tengo tres hijos varones (dos mellizos). Salí del instituto en 1958 con un BS;;\ En 1978 obtuve el título de asistente social médico, y acudí a un instituto psicoanalítico en otoño. Soy asistenta social psiquiátrica y tengo una consulta privada en Seattle. También soy instructora diplomada en yoga.
Nosotros no te haremos feliz, pero te ayudaremos que lo seas.
 
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