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          Cita a ciegas  | 
         
       
      
      
        
          Salí de casa mirando el reloj. Inevitablemente
            llegaba tarde.  
            El frío viento de Febrero se colaba entre las
            rejillas de mis medias.  
            Volé hasta el lugar de mi cita, era
            un hotel. Estaba nerviosa y excitada; me preparaba, subiendo las
            escaleras, para lo que me esperaba tras la puerta de la habitación
            3013.  
            Llamé tímidamente, golpeando la puerta con los
            nudillos. Y se abrió. No me recibió nadie, pero escuche
            su voz diciéndome: “pasa, pasa...”.  
            Entré y
            cerré la puerta. Todo el frío que contenía mi
            cuerpo se derritió cuando apareció ante mí el
            motivo de mi cita. Estaba guapísimo, y lo había preparado
            todo.  
            Una copa y un porro calentaron el ambiente mientras hablábamos
            y nuestras miradas se perseguían.  
            Encendió velas por
            toda la habitación que se reflejaban en las sábanas
            negras de raso sobre la cama. Sólo deseaba que me arrancara
            la ropa para fundirme con esas sábanas.  
            Subió la temperatura,
            mis ojos se clavaron en los suyos. ¡Jóder, nunca había
            deseado a nadie así!. La lujuria nos dejó en ropa
            interior.  
            Sus dedos rozaban mi piel, sus besos eran húmedos, instintivos...
            Después
            de juguetear con casi todas las zonas erógenas que poseo,
            sacó de un cajón un pañuelo negro. Sonrió maliciosamente.
            No podía permitirle que vendara mis ojos, si me tocaba más
            conseguiría que me corriera y aún no habíamos
            empezado. | 
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          Decidí tomar las riendas y le robé el
            pañuelo. Me acerqué despacio y le vendé los
            ojos.  
            Estábamos frente a frente, mis pezones rozaban
            su torso y entre mis piernas había explosiones de líquidos
            y calor, mucho calor.  
            Lamí su cuerpo, sus pezones, sus tatuajes,
            los mordí. Saboreé el placer de darle placer y chupé su
            polla hasta que el orgasmo estuvo cerca. Él tiraba de mi pelo,
            retorciéndose. Me llevó hacia él con sus manos,
            nos besamos y comenzó a bajarme las bragas, aunque me dejó el liguero y las medias.  
            Quería penetrarme, quería que
            me lo follara. Pero yo no.  | 
         
       
      
        
          Necesitaba sentir el calor de
            su boca entre mis piernas, así que me senté sobre ella. Sacó la lengua, ¡dios!.  
            Apenas empecé a moverme me corrí tan
            intensamente que me doblé de placer. 
            Él empapó sus dedos en saliva y comenzó a jugar con mi
            culo; primero un dedo, luego dos. Mi orgasmo no
            cesaba, creí reventar de gusto.  
            - Ahora quiero follarte.- me dijo. Se quitó el
            pañuelo que tapaba sus ojos y me miró un instante eterno.
            En aquel momento mi cuerpo le amaba. Dejó que su deseo flotase
            hasta mí, me sedujo y luego me hizo suya. Me penetró por
            detrás, me la metía en el coño y en el culo
            alternativamente. En una embestida, retrocedió y salió de
            mí. Giré para ver que había ocurrido y me cogió en
            brazos, clavándome en la pared. Allí, con su cuerpo
            pegado al mío volví a correrme. Vi en su rostro, de
            nuevo, la llegada del placer supremo y me volvió a dejar sobre
            la cama, dónde le sentí tan dentro, tan duro, tan...que
            no quería que parase nunca. Gemía como una loca y le
            pedía que no parara por nada. Mis dedos se clavaron en su
            espalda y en su culo, apretándolo contra mí, dejando
            marcas del delirio. Un gemido delató que se estaba corriendo
            y sólo escucharle provocó el mismo estado en mí.
            Y allí nos quedamos, fundidos, extasiados, temblorosos, dibujados
            sobre las sábanas negras...entre sudor, pasión y placer.  
            
            
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          Nosotros 
              no te haremos feliz, pero te ayudaremos que lo seas.  | 
         
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