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Deseo sexual
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Me llamo Mary y por un impulsos sintiendo que
no tenía
nada que perder, le di mi fantasía sexual a leer al
hombre de mis relatos eroticos.
Antes de dársela le
expliqué que
era sólo mi fantasía, y que esperaba que no se
enfadaría ni se disgustaría conmigo después
de leerla.
Con una amplia sonrisa en la cara de pervertido
sexual me aseguró que
no lo haría. Ni qué decir tiene que el resto
del día y toda la noche estuve nerviosa y sobreexcitada
sexualmente.
Imaginé su reacción
ante mi fantasía y ante mí, y sus comentarios sobre
lo descriptiva que era mi fantasía.
Cuando fui a recoger
mi largo texto, estaba muy excitada
sexualmente, me puse mi mejor lenceria y esperaba que él
haría mi fantasía realidad.
Pero guardó las
formas y mantuvo el control, aunque se sentía muy halagado.
Yo abandoné su despacho sumida en la decepción.
Le expliqué que, sabiendo que había leído
mi fantasía erotica, me sentía menos obsesionada
por querer hacer el amor con él.
Le dije que me sentía
más
relajada, ya que en mi mente había hecho el amor con él,
de la única manera que él permitía. |
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Deseo sexual |
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Pero, ¡Dios mío!, todavía
me consumo por él y mi deseo
sexual cada vez que lo
veo aumenta. He notado un cambio en su actitud hacia mí.
Ahora es más
reservado y no me ha vuelto a guiñar el ojo. Pero no
voy a rendirme porque estoy segura de que, si espero, un día
llegará el momento adecuado.
Tengo treinta y dos años,
soy licenciada en la universidad y madre de un niño
de nueve años. Hace once años que estoy casada.
Los últimos cinco años han sido muy felices y
satisfactorios sexualmente.
Nací en Georgia y cuando
tenía
diez años mis padres, mis dos hermanas y yo nos mudamos
a Florida. Soy una buena chica muy sexy del
viejo Sur, y aunque he perdido casi completamente mi acento
sureño, todavía
se nota, y se vuelve más pronunciado cuando me excito
sexualmente.
Mis raíces, acento y lazos familiares sureños,
creo, son los responsables de mi forma de ser. Por mi apariencia
física soy lo que algunos hombres y mujeres describirían
como «mona». Tengo los huesos muy pequeños,
soy menuda y de cuerpo atlético. Mido 1 metro 52 centímetros
y peso 44 kilos.
Soy morena, y mi piel es de un color caramelo
bronceado. |
Tengo los ojos castaños y el pelo corto
y castaño con mechas doradas. Ser menuda de estatura
nunca me ha ocasionado graves problemas psicológicos.
Si algún efecto ha tenido, incluso en mi vida adulta,
ha sido el de atraer sobre mí una atención positiva
y favorable. Irónicamente, no soy el tipo de persona
tímida, dependiente e insegura que uno atribuiría
a alguien protegido por los demás. Soy muy sociable,
con gran deseo
sexual, hago amigos con facilidad y disfruto con la gente
y trabajando de cara al público.
Al parecer, los hombres suelen interesarse
por mí porque malinterpretan mi simpatía y creen
que trato de tener contactos o «ligar» con ellos.
Si me gusta una persona expreso mis sentimientos tocándola
y abrazándola,
porque me encanta el contacto corporal. Sin embargo, mis signos
externos de afecto son normalmente asexuales.
Soy muy selectiva,
y físicamente, sólo me he sentido atraída
hacia cuatro o cinco hombres en mi vida adulta. Cuando los
hombres, y también unas cuantas mujeres, malinterpretan
mi afabilidad y se vuelven sexualmente agresivos
hacia mí,
siempre me sorprendo, y resulta embarazoso tratar de aclarar
el malentendido. Me encanta la sensación de ser la «que
controla» el deseo sexual en
este tipo de situaciones. Todo ello me conduce a mi fantasía
sexual más frecuente,
mi preferida. La utilizo una y otra vez siempre que me masturbo con
la mano (varias veces al día), o cuando uso mi teléfono
de ducha y masaje. Todo lo que tengo que hacer es cerrar los
ojos y concentrarme en el hombre de mis fantasías,
e inmediatamente me excito y tengo que tocarme el coño ya húmedo.
El hombre de mi deseo sexual es una persona real
con la que mantengo una amistosa relación de trabajo.
Es unos años mayor que yo, un profesional de elevada
estatura y algo barrigudo. No tiene nada de Romeo y no es ni
ligón
ni agresivo con las mujeres. No irradia atracción sexual,
como algunos hombres, así que no todas las mujeres se
sienten atraídas por él como si
fuera un imán. Excepto yo. Desde que lo conocí me
he sentido atraída por él tanto física como
emocionalmente. A mí me resulta extremadamente sexy, con
su encanto tímido y adolescente y sus grandes ojos castaños.
Cuando me mira me hace sentir como si estuviera desnuda. Eso
es todo lo que ha hecho: mirarme. Siempre he sido muy abierta
y explícita en mis intentos por seducirlo, pero yo no
le intereso lo más mínimo en lo que respecta al
sexo. Le halagan mi interés y mi deseo por él,
pero no le interesa tener una relación física conmigo.
Su rechazo me incita aún más a tener relaciones
sexuales con él, y estoy obsesionada por mi deseo.
Mis instintos de mujer me dicen que tengo un efecto positivo
sobre él, que se siente atraído por mí,
y que probablemente quiere follarme bien follada, aunque sólo
sea para comprobar si soy tan buena amante como parezco.
Sólo
tengo que verlo, sólo tiene que guiñarme un ojo
al pasar junto a mí, para empezar a sentir un hormigueo
en el coño y que las bragas se me empapen por completo. Nunca
me ha hecho ni dicho nada, siempre procura no incitarme. Tener
su polla dura dentro de mí, deseándome, sería
lo máximo para mí. Pero, por mucho que lo intento,
no puedo conseguir que ceda. Es demasiado fuerte para mí,
y tiene un gran autocontrol. Así que me contengo cuando
mi mente y mi cuerpo me piden que vaya y le meta mano en la entrepierna
hasta que su polla esté dura como una roca y lista para
estallarle en los pantalones.
Pero en mi deseo sexual soy
yo la que tiene el control y le domina. Exploro cada centímetro
de su cuerpo, y le hago todas las cosas placenteras imaginables.
En mi fantasía sexual disfrutamos de horas del sexo puro,
físico
y salvaje que tanto deseo. En mi fantasía, el hombre está en
mi casa, estamos solos, bebiendo vino y sosteniendo una conversación
informal. Tenerlo todo para mí, sin interrupciones externas
y tan cerca ha vuelto locas mis hormonas.
Él me habla
de una antigua lesión y del dolor que le produce cuando
se aviva. Me confía que la espalda le está doliendo
en ese momento. Tras otro vaso de vino le convenzo de que me
deje darle un masaje en la espalda y le prometo que no le atacaré sexualmente. Él
se muestra escéptico, duda, pero me sigue al cuarto de
los invitados en el que tengo una cama con cuatro columnas. Él
tira de su camisa y se la sube hasta la mitad del pecho. Sé que
se siente nervioso por estar en mi casa, solo conmigo, y por
el hecho de que pronto estaré tocando su cuerpo. Sé que
se pregunta si podrá controlarse y mantener las emociones
al margen.
Se tumba sobre su estómago, quejándose
de que realmente no debería estar allí. Empiezo
a masajear su espalda con mis fuertes manos untadas de loción,
que se sienten seguras moviéndose arriba y abajo desde
los omoplatos hasta los riñones. Siento que se relaja,
sus músculos pierden la tensión, y los movimientos
de mis manos firmes se vuelven deliberadamente lentos. Pronto
noto que su respiración se hace más pesada, y sé que
se ha quedado dormido, gracias al vino y a mi masaje reparador.
En silencio busco bajo la cama y saco cuatro largas bufandas
que había escondido antes para utilizarlas en esta ocasión.
Hábilmente, le ato las muñecas y los tobillos a
las columnas de la cama, asegurándome de que las bufandas
le permitirán levantarse y mover los miembros.
Me subo sobre su espalda y continúo el masaje, sabiendo
muy bien lo enfadado que estará cuando se despierte, pero
sin que me importe en realidad. Por supuesto, se despierta al
sentir el peso de mi cuerpo sobre su espalda. Sigo con el masaje,
oyéndolo reír (porque al principio le parece cómico),
y luego quejándose de que le haya atado. Me dice que la
broma se ha acabado y que haga el favor de desatarle, pero no
está enfadado ni disgustado conmigo como yo creía.
Lucha por liberar los brazos pero se da cuenta de que su empeño
es fútil, pues lo he atado fuerte y diestramente. Le digo
que no se resista, que me deje hacer lo que quiero hacer y le
prometo que le desataré, pero tiene que ser un buen chico.
Además, ya que está atado, le digo que es mejor
que se relaje y disfrute de todas las cosas deliciosas que le
voy a hacer. Le recuerdo que soy yo quien controla la situación
ahora, y no él. Luego le quito los zapatos y los calcetines.
Empiezo a darle un masaje en el pie izquierdo, frotándole
los dedos ligeramente, y rascándole alrededor del tobillo.
Noto que se relaja un poco. Todavía no confía en
mí. Acerco mi boca a sus pies y empiezo a lamer y chupar
cada uno de sus dedos, moviendo la boca arriba y abajo, como
si cada uno de sus dedos fuera un pequeño pene. Gime un
poco y me pregunta por qué quiero hacer eso. Yo le contesto
que adoro sus pies y que me excita mucho. «Oh Dios —me
dice—, nunca nadie me había hecho esto antes; no
puedo creer que sea tan agradable.» Estoy al menos diez
minutos amando su pie y su tobillo, haciendo ruidos de chupeteo
al subir la boca lentamente por su pierna, alzando la pernera
del pantalón a medida que exploro. Sintiéndome
más segura, y no oyendo ningún comentario negativo
por su parte, busco debajo de él, le desato el cinturón
y le desabrocho los pantalones. Estoy tan excitada ahora que
las manos me tiemblan visiblemente, pero a pesar de lo grande
que es, consigo bajarle los pantalones hasta los tobillos. Una
vez más me siento sobre él y empiezo a acariciarle
los ríñones y, con movimientos de mariposa, a masajearle
las nalgas y los muslos. Empiezo a besarle la espalda junto al
culo, lamiéndolo y mordisqueándolo al bajar hasta
las nalgas y luego los muslos, que mantiene unidos con fuerza.
Le araño los muslos, rascándolos muy suavemente,
y empiezo a mover la lengua por entre sus piernas que aún
están firmemente unidas. Me doy cuenta de que abre las
piernas un par de centímetros, y puedo meter mi lengua
errante más profundamente. Lleva unos calzoncillos largos
tipo boxeador que yo desabrocho y bajo muy lentamente. Él
levanta las caderas para ayudarme. ¡Oh, Dios mío!
Veo sus nalgas desnudas, magníficas, como mejillas rechonchas,
por primera vez, y me excitan tanto que grito de placer sexual. Siento
mis jugos fluir y resbalar por la entrepierna. Es una sensación
pegajosa, pero me encanta. Me digo a mí misma que he de
calmarme, que soy la que da placer, que, luego, si todo resulta
como yo he imaginado, obtendré tanto como estoy dando.
Le cojo y aprieto las nalgas y entierro mi rostro en su culo,
lamiéndolo y besándolo por todas partes. Cuando
saco la lengua y le lamo la entrepierna, suavemente al principio,
luego con más fuerza, empieza a gemir de placer y
a menearse. Meto la lengua en su ano y luego voy bajando hasta
los firmes testículos. Tomo cada testiculo en mi boca
chupándolos
con suavidad y lamiéndolos de arriba abajo con la lengua.
Está cubierto de mi saliva y yo la uso para masajear delicadamente
la zona entre el ano y los testículos.
Ahora, él
está sobre las rodillas, tan excitado que mueve el cuerpo
adelante y atrás. Como soy menuda consigo meterme debajo
de él a pesar de estar aún atado. Empiezo a lamer
sus tetillas, que ya están erectas, tirando levemente
de ellas con los dientes. Él se echa sobre mí y
puedo sentir su polla dura y completamente erecta oprimiéndome
el estómago. Me pide que le desate las muñecas
para poder tocar y acariciar mis tetas.
Aún no me ha besado,
pero nuestros rostros están tan cerca que me muero por
saborearlo, chupar su lengua y, llegado el momento, paladear
mis jugos en su boca. Me dice que le desate para poder tocarme
el coño, para ver si estoy húmeda,
si estoy preparada. Así que me ablando
y le suelto, no sólo las muñecas, sino también
los tobillos. Con las manos libres lo primero que hace es sacarme
la fina camiseta por la cabeza y descubrir mis bronceados, plenos
y erectos pechos y pezones. Jadea cuando se apodera de uno de
mis pechos, abarcándolo con la mano y frotando la punta
de mi pezón con el pulgar. Se lleva el pecho a la boca,
chupándolo con tanta fuerza que casi grito de dolor. Me
tira sobre la cama. Ahora está verdaderamente excitado,
jadea, sus ojos están llenos de deseo por mí. Se
desliza hacia abajo, baja la cremallera de mis pantalones cortos
y tira de ellos, sacándomelos. Ahora sus manos me acarician
el coño, suavemente al principio, con más fuerza
después.
Me dice lo mucho que le gusta la firmeza de mi cuerpo, tan atlético,
y aun así femenino.
Muevo las caderas atrás y adelante, sintiendo su capullo
sobre mi clítoris hinchado. Noto todo su cuerpo tenso
y su corazón latiendo alocadamente a causa de su ansia
por mí, pero no estoy preparada para él. Todavía
soy la que da placer, y quiero chupar y saborear su polla antes
de que derrame su semen dentro de mí. Me desliza hasta
que mi coño está en contacto directo con su herramienta
de amor hinchada y dispuesta.
Yo me escapo de su presa y muevo
la cabeza hasta alcanzar su vientre. Empiezo a lamer y chupar
alrededor de su ombligo, metiendo la lengua hasta dentro, escarbando
en él, clavándola en él. Luego me pongo
a besar su vello púbico, asegurándome de no tocarle
la polla, que ha estado dura casi una
hora y él empieza
a estar impaciente. Sé que ya no puede aguantar más,
así que le lamo rápidamente el capullo con la lengua. Él
grita de placer, me agarra la cabeza
con sus dos fuertes manos y la empuja sobre su pene dispuesto
a correrse. Me gusta decir guarradas cuando follo, así que
le digo lo mucho que me gusta su polla, lo bien que sabe y cuánto
he esperado este día, este momento, durante tanto tiempo.
Siento su polla crecer aún más dentro de mi boca
y sé que está a punto de derramar su leche espesa
en mi garganta, mientras le como la polla. Cuando le llega el
orgasmo se corre en espasmos que hacen estremecer todo su cuerpo.
Me gusta el sabor de su semen, justo como había soñado
que sería, y también el modo en que mana de él
y chorrea por mi garganta. Cuando se ha calmado, lamo todo lo
que aún rezuma, porque lo quiero todo.
Su respiración se tranquiliza y sus músculos se
aflojan, todos excepto uno, su polla.
Yo me tumbo sobre él,
cubriéndolo con mi cuerpo, enterrando mi cabeza en su
cuello y su hombro. Empiezo a chuparle la oreja con la lengua.
Le digo lo mucho que lo deseo, cuánto ansio sentirlo dentro
de mí, llenándome por completo. Cuando estoy mordiéndole
y chupándole el cuello, toma mi rostro en sus manos con
mucha suavidad y deposita su boca abierta sobre la mía.
Su lengua recorre todo mi rostro, incluso mete la punta en mis
ventanas nasales, y alrededor de los ojos. ¡Me encanta!
En cada nervio de mi cara siento un hormigueo como si estuviera
vivo. Mi coño empieza a palpitar y a contraerse. Estoy
tan caliente que a duras penas puedo soportarlo. Él lo
sabe porque no puedo dejar de mover las caderas. Rodeo sus caderas
con mis firmes muslos y coloco el coño de manera que pueda penetrarme.
Me acerco más y, con mayor determinación, empujo
hasta que su polla me penetra. Cuando
ya está dentro de
mí, él empuja más fuerte para hacerme sentirlo
todo. Mueve su polla dentro y fuera lentamente, atormentándome.
No puedo soportarlo, y le pido que me folle. «Por favor,
cielo, follame con todas tus fuerzas; méteme esa
polla dulce y dura hasta dentro, hasta
el corazón.» Empieza
a moverse con mayor rapidez, clavando su polla cada vez más
profundamente. Me gusta tanto que levanto las rodillas hasta
colocarlas sobre mis hombros. Estoy completamente abierta para
su máquina folladora
grande y dura, y nuestros cuerpos se mueven acompasados. El sonido
de nuestros muslos chocando unos con otros y el contacto de sus
testículos contra mí me vuelven loca. Cuando grito
que me corro, introduce su polla con más rapidez y con
más fuerza, más rápido y más profundo,
y yo tengo mi primer orgasmo desgarrador. El sigue cabalgándome,
buscando su segundo orgasmo.
Yo no dejo de decirle lo buen follador que es, cuánto
me gusta su verga dura, besándolo,
lamiéndolo, amándolo. Lo tumbo sobre la espalda
y me siento a horcajadas sobre él, manteniendo su polla a
punto de reventar dentro de mí, no permitiendo que se
salga. Empiezo a «masturbar» su pene con
mis músculos
vaginales, apretándolo y dejando que se deslice dentro
y fuera. Lo hago varias veces con mi coño abriéndose y
cerrándose. A la tercera vez grita y tiene el segundo
orgasmo.
Siento su semen saliendo
a chorro dentro de mí.
Ahora estoy dispuesta a un segundo orgasmo,
y empiezo a mover las caderas pero, al hacerlo, noto que su polla se
ha salido. Me reclino para lamérsela y para lamer y saborear
mis jugos vaginales. Estamos haciendo el 69,
y siento su lengua sobre mi clítoris hinchado. Siento
también su lengua
introduciéndose en mí, penetrándome como
un pequeño pene. Empieza a chupar
y lamer mi coño, chupando su propio semen. Levanta mis piernas
sobre sus hombros, enterrando su cabeza en mí. Me mordisquea,
me muerde y me chupa hasta que grito que me voy a correr. ¡Oh,
Dios mío, es
tan placentero que no puedo aguantarlo! Me lame después
de haberme corrido, y después yo lo abrazo. Yacemos el
uno en brazos del otro, saboreando el momento, abrazados. Sabemos
que esta tarde, por fantástica que haya sido, será la última
juntos. Tendrá que vivir en nuestra memoria. No hablamos
de ello, pero los dos lo sabemos. Teníamos que estar juntos,
experimentarnos mutuamente, para poder seguir viviendo. Al acompañarle
hacia la puerta, se da la vuelta y me abraza. Me pregunta cómo
aprendí a hacer eso con el coño, que ninguna otra mujer
se lo había hecho antes, masturbarle
el pene. Yo le sonrío
y le digo: «Ya te había dicho que era buena, y después
de haber estado una vez conmigo, me llevarás en la sangre.» Me
guiña el ojo y mira en las profundidades de mis ojos.
Yo siento esa palpitación y esa contracción familiares
en mi coño que creía que iban a desaparecer después
de esa tarde juntos. |
Nosotros
no te haremos feliz, pero te ayudaremos que lo seas. |
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